martes, 7 de diciembre de 2010

NINGUNA PARTE

¡ Oh no ¡ de nuevo bloqueado en esta audiencia inerte. Como en un atasco de tráfico tras la nevada. Si hubo alguna expectativa de emoción, definitivamente murió antes del minuto cinco. El tono es plano y desapasionado y entonces me vuelve a ocurrir: estoy conduciendo por la autopista, en Francia, siempre una larga recta en el otoño francés, la luz, tenue durante todo el día, empieza a desaparecer. La hilera de árboles que flanquea la ruta es interminable. Las Landas, identifico... de nuevo en Las Landas. Pero ¿cuánto falta para llegar a París? Una eternidad de árboles sin hojas. Un océano de niebla. Llueve ligeramente, como agua nieve, como sirimiri, y los limpiaparabrisas ejecutan su danza del tedio mientras repiten el mantra: griiiiiiipsh, griiiiiiiips....

Escucho por fin los tristes aplausos de cortesía, y gracias a Dios, nadie formula preguntas.

Salgo a la calle y llueve como hace un rato llovía en las Las Landas. Tengo hambre y descubro un restaurante asiático con menú del día, con pocos clientes, casi todos solitarios. Me siento frente a la puerta para hacer la estadística. Es sencilla. Zero in. Zero out. Estoy en un nowhere restaurante esperando que me sirvan un nowhere menú. Para asegurarme tomo una foto. Gracias Panasonic. Parece mentira que esta cámara registre los sueños, pero allí están los comensales solitarios, la camarera de vagos rasgos orientales, el botellín de cerveza... ¿cómo es posible que hayan logrado fijarse en la tarjeta de memoria?

...making all his nowhere plans for nobody.

lunes, 6 de septiembre de 2010

LA EFE DE FENDER


Mi calle, como la que cantaba Lone Star, tenía un oscuro bar, húmedas paredes, y aunque mis padres nunca lo reconocieron, un buen puñado de putas que lo habitaban. Putas vintage, de las de antes: castellanas, murcianas o andaluzas, nada de brasileñas o nigerianas. Españolas todas. Todas ellas desertoras del arado o de la cofia, chacha style. Nada de taconazos de aguja en zapatos de plataforma. Allí solo se despachaban babuchas, alpargatas y chanclas en verano. Todo íntimo, todo silente, como si las mujeres, sus chulos y sus clientes vivieran en su portal de belén una Noche Buena perenne. Todo clandestino y oscuro.
Me resultaba inevitable mirar de reojo y descubrir…. nada, o mejor aún, la nada. La penumbra reinaba en aquella boca de placer. En las noches de verano, cuando apretaba el calor y costaba conciliar el sueño, se podía escuchar el Jukebox repetiendo una y mil veces nunca te podré olvidar porque me enseñaste a amar y así se verificaba el milagro de modo que la canción más ñoña, obra del conjunto músico vocal más pijo de la época, Los Brincos, se convertía en el himno de la escuela de follar que yo tenía siete plantas más abajo. Allí, imagino, se iniciaban los adolescentes, se doctoraban los tímidos y desfogaban los desamparados hijos de Eva, los perdedores, los desplazados, los solitarios, los soldados de la noche ...
En la acera de enfrente las cosas son diferentes. Reina aquí la luz del día. De las paredes de Jomadi colgaban las diosas que yo más adoraba: guitarras eléctricas voluptuosas, de mil colores y formas. De cuerpo sólido, de media caja, de caja entera. Putas de lujo, por no salirnos del contexto. Y en las primeras filas, siempre, alineadas una detrás de otra, las Fender. Estamos en la mitad de los años 60. Por entonces se comercializaban los modelos Stratocaster, las Telecaster y las Jaguar ¡¡¡Dios que nombres!!!!. Y en todas ellas, en su cabeza – pala en el argot – el nombre de Fender en letras doradas, con esa efe americana – con el rabo superior hacia la izquierda – y que parece un siete. La efe inicial de Fender y el resto de la palabra, en letras cursivas, divinas, F y R, Alfa y Omega. Todos los días, de vuelta del colegio, visitaba este templo, dejaba la huella de mi nariz en el escaparate, y babeaba mirando esa efe inalcanzable. Una sola vez me atreví a entrar y preguntar el precio de una Stratocaster en color sunburst. Tostada por el sol. 33.000 pelas dijo la vieja. La Vieja era un término para identificar a la responsable de cualquier negocio, tienda, despacho, operación, … siempre que tuviera más de… digamos…. 28 años. La vieja de Jomadi, la esposa del dueño. TREINTA Y TRES MIL pesetas dijo de un solo disparo. Fue suficiente para salir cabizbajo y convencido de que nunca poseería una de aquellas maravillas colgantes. 33.000 pelas era el sueldo de muchos meses de trabajo para cualquier empleado y yo no estaba empleado y tenía por delante un desierto de estudios que cruzar. Adiós amor de mis amores.
Posdata: hoy día un par de estas bellezas viven bajo mi techo, permanentemente manoseadas por quien suscribe. Somos felices y comemos perdices prácticamente todos los días del año, salvo en Cuaresma en que langostas y centollos salen de sus cubiles a darse un baño hirviendo.

domingo, 1 de agosto de 2010

LLEGÓ DEL CIELO...LA LONA LLEGÓ DEL CIELO

Hubo un tiempo, breve por suete, en el que creí vivir al aire libre, en la naturaleza, simplemente porque pasaba las horas muertas en la azotea de mi piso en medio de la ciudad. Y un buen día el cielo se encapotó. Literalmente: una capota azul celeste cubrió el sol – a lo bíblico - ensombreció mi azotea y cayó finalmente sobre ella. El toldo, tal vez la lona, aún con sus cuerdas atadas a las arandelas de metal, llegó volando del cielo. Nada sobrenatural, pensé. Las lonas no se aparecen con la facilidad con que lo hacen la virgen o algunos santos.
Un camión. Posiblemente se ha desprendido de un camión. Unos cabos mal atados, viento en contra, exceso de velocidad y… al carajo con la lona protectora de la carga. Si transportaba áridos, me preocupé, el camión estaría dejando una peligrosa estela de polvo cegador y posiblemente para cuando la lona aterrizó en la azotea, ya llevaría tres o cuatro muertos en su haber, mientras el conductor continuaba cantando entusiasmado a quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga con Alaska en la radio…. Y entretanto, otro muerto. …. Pero decidí aparcar estos pensamientos tan negativos y buscar una utilidad en este regalo del cielo. Y entonces recordé que los fotógrafos profesionales suelen realizar sus retratos sobre un fondo uniforme, generalmente un lienzo, una cortina, tal vez un mantel. Dicho y hecho. Coloqué la lona sobre la pared y busqué un voluntario dispuesto a dejarse retratar. Et Voilà. He came from out of the blue.

domingo, 6 de junio de 2010

SUEÑO QUE SUEÑAS


Hoy toca medio oeste, medio día, media carga en el avión, cielo medio nublado, azafatas con medias, y tierra en vez de mar. No hay Titanics ni pulpos gigantes ahí abajo... Resulta tranquilizador. En tierra, el niño que mira el diminuto objeto brillante y su estela en el cielo, respira el aroma de las matas junto al arroyo - comida de culebras piensa - como si las culebras fuesen herbívoras... e imagina a los pasajeros leyendo la prensa, comiendo sus snakcks despreocupados o dormitando, sus cabezas dislocadas en los respaldos. Todos menos uno de ellos que piensa en el niño que mira el paso del avión y lo imagina tumbado junto a la comida de culebras respirando su aroma y pensando en lo que estarán haciendo los pasajeros, unos leyendo, otros comiendo distraídos o dormitando en los asientos, menos uno que piensa en el niño que piensa en el pasajero que piensa en el niño que piensa en el pasajero....
Ya lo dijo el maestro: te dejo entrar en mis sueños si yo puedo estar en los tuyos.
Es lo que tiene sobrevolar el secano.

domingo, 28 de marzo de 2010

...Y DETRÁS ESTABA LA ISLA

....y yo miraba entre los hombros de los dos participantes que me habían tocado en suerte al otro lado de la mesa de conferencias por si saltaba algún pez o pasaba el tío de los barquillos por la orilla....Parisieeeeeennnnnn. Nuestros anfitriones quisieron impresionarnos y prepararon un almuerzo contra el que hubimos de batirnos a cuchillo, cucharra y tenedor, pero la verdad es que él, el almuerzo, nos había vencido. ¡Que sopor! ¡Y qué forma tan terrible de mortificar a la audiencia en la hora sagrada de la siesta! Los dos que tenía enfrente aportaban su granito al plan de tortura. El de la izquierda, muy agresivo lo hacía en términos contundentes, excesivamente bronco para una enumeración rutinaria de las actividades sociales desarrolladas. Puedo asegurar que a pesar de sus esfuerzos, nadie le escuchaba porque nadie se colocó el auricular de la traducción simultánea y puedo dar fe de que ninguno de los asistentes entendía el extraño idioma de los anfitriones. Ella, a la derecha, ilustraba con ejemplos el tostón. Pero entre ellos – Dios aprieta pero no ahoga - se acertaba a ver el horizonte. Se abrían claros, como diría el hombre del tiempo... y allí, salpicada de iconos, estaba ella, la isla protectora de pantalla, un rincón en el universo para echar una buena siesta bajo las palmeras. Y me perdí el discurso, vigilante por si saltaba el pez o pasaba el tío de los barquillos por la orilla de la playa. Mas el otro no callaba y su vecina le seguía apoyando con certificaciones (yo estaba allí y os aseguro que todos nos partimos de risa) apostillas (sí, pero nadie se quedó sin su parte en el pastel) y reconvenciones (bueno, basta de cachondeo. Es hora de ponernos serios y hablar del tema que nos ha traído aquí esta tarde)
Todo empeoró y mejoró en el momento en que apagaron las luces para dar paso al power point. Power pointless, me dio por pensar.
El sopor creció en la penumbra. Temí cabecear a la vista de todos. Pero por otro lado la oscuridad dio fuerza y brillo a la pantalla y ahora el cielo sobre la isla se volvió de azul intenso al reflejar el mar azul. Y me acordé de Mozambique, la canción de Dylan en la que informaba que allí el cielo soleado es aqua blue. Las tres palmeras solitarias se perfilaron en tres o más dimensiones mientras yo descansaba por fin bajo su sombra. Y me pregunté si serían cocoteros o simples palmeras estériles. Lo primero me inquietaba y lo segundo me arrastró en caída libre a las primeras cabezadas. Que les den a los conferenciantes, pensé durante una breve recuperación. Cabeceé de nuevo y en la siguiente remontada añadí este otro retazo de pensamiento: esto no se hace, cabrones. Y con la seguridad que proporciona el estar cargado de razón, cerré rebelde los ojos, me abandoné al sueño y deseé a los conferenciantes que alguien les diera a probar de su propia medicina.